Estamos atravesando una renovada crisis de confianza. O de desconfianza, como quieran, la cuestión es que la confianza pública está más devaluada que el peso.
Por Edi Zunino
El asunto del acomodo vacunatorio le pegó fuerte a la opinión pública y al Gobierno, donde más le duele, o sea, en la sospecha de que la equidad, la solidaridad y la opción por los más débiles es un relato sostenido en ciertas variables distributivistas que a los políticos les salen gratis. Un verso conveniente para compararse con la pequeñez de los rivales, pero jamás con la grandeza de los sueños.
Ahora, el presidente Alberto Fernández, su escudero Santiago Cafiero y la ministra Carla Vizzoti pretenden dar por terminado el tema. Y lo hacen a su manera menos creativa: hace un rato, Cafiero dijo que “lo del Vacunatorio VIP es un invento de los periodistas”.
Patean para adelante. Juegan al siga, siga…, sin importarles que los está mirando un montón de gente que se siente tomada por estúpida. (El concepto “gente” también incluye, por supuesto, a votantes del oficialismo que se sienten ofendidos como cualquiera, porque todos tenemos un abuelito, una abuelita y un EPOC o una diabetes no se le niega a nadie).
Más que un invento de los periodistas en general, este papelonazo terrorífico fue destapado por el periodista tal vez más querido y hasta reverenciado por los kirchneristas: Horacio Verbitsky, que, es justo decirlo, no pidió perdón por haber “cantado” sino por haber actuado mal dejándose vacunar donde no debía. Lo que vino después fue apenas la confirmación de que el trato a Verbitsky no era excepcional, sino parte de una manera.
Claro que no hay un vacunatorio donde te llevan en limusina, te reciben unas enfermeras despampanantes de película y después de inocularte, te despiden con champán y caviar. Vacunatorio VIP es, desde luego, una manera de decir. Yo prefiero hablar de vacunas por izquierda y acomodo. Claro que un sector del periodismo se está haciendo un festival de morbo con este asunto. Pero de ahí a haberlo “inventado” lo que hay es un modo de auto-justificarse por parte de las autoridades que provoca una mezcla irritante de rabia y pena.
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